La Hermandad de la Santa Caridad de Sanlúcar

(Artículo publicado en la revista de Semana Santa de Sanlúcar, 2020)

Con el bonito y descriptivo nombre de “Muy Antigua, Humilde e Ilustre Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora de los Desamparados y Orden de las Santas Obras de Misericordia” llega hasta nuestros días la Hermandad originalmente fundada bajo la advocación de la Santísima Trinidad  en 1441 por Alonso Fernández de Lugo y Catalina Martínez, su esposa, para alivio de los pobres transitantes entre nuestra ciudad y las Islas Canarias.

Como afirma su regla: “Por cuanto los pobres ahogados en el mar y los que quedan muertos de miseria por la calles y otros imposibilitados y desamparados, no hay quien los entierre como era razón, y Dios manda; y así mismo, los pobres desamparados de la cárcel, no hay quien hable por ellos, ni acuda a sus negocios, por no tener con qué, y otras muchas necesidades que hay en esta ciudad sin haber quien las socorra, para esto fundamos esta nuestra Santa Hermandad para asistirles y favorecerles conforme a nuestros posible”

Erigida la Iglesia y Hospital de la Santísima Trinidad en el arrabal que se abría tras las murallas de la antigua ciudad y formada la hermandad por 24 hermanos, van ampliando sus funciones a ejercer las obras de caridad con todos los desamparados, sin perder su especial vínculo con los marineros que hacían la Carrera de Indias.

Entre esas obras destacamos la curación de enfermos. Entierro de ahogados, fallecidos por las calles, y pobres desamparados de las cárceles. Servir a los pobres, pedir limosna para enterrarlos y socorrerlos. Acudir a los entierros de los pobres desamparados, ajusticiados y demás hermanos. Transportar a los enfermos al hospital. Recoger los cuerpos de ahogados y desamparados. Visitar y acompañar a los enfermos indigentes. Establecer una misa cantada por cada enterramiento. Intervenir a favor de los pleitos de los pobres ante la justicia. Ayudar a los transeúntes pobres o enfermos a llegar a su destino. Rondar por las noches para recoger a pobres enfermos o forasteros. Acompañar en el duelo a las familias de los difuntos. Recoger a muchachos vagabundos para evitar que caigan en el delito o buscarle casa como criado. El rescate de cautivos. El auxilio de viudas y huérfanos…

En unos momentos en que las condiciones de vida de la mayor parte de la sociedad eran más que precarias, el trasunto de la muerte era una preocupación principal en una población rodeada de pobreza y enfermedad. Esta vida no tenía mayor valor que el de prepararse de forma efímera para la otra vida, la vida eterna. Alguno de los requisitos para alcanzar una buena muerte eran el de no morir en soledad, el que los restos descansasen en un lugar apropiado, el ir acompañado en el cortejo fúnebre…

Esa buena muerte, ese acompañamiento en el paso a la otra vida no estaba al alcance de un colectivo amplio de personas como los vagabundos, los ajusticiados, los pobres de solemnidad, etc y constituía, moralmente hablando, la mayor obra de misericordia que ejercía la Santa Caridad, garantizar que el momento de la muerte y los posteriores, tuviesen la dignidad mínima que se merecía cualquier persona.

Durante el antiguo régimen las hermandades solían ser un reflejo de la sociedad estamental de la época, siendo la Hermandad de la Santa Caridad una de las pocas excepciones a esta norma dado que la labor asistencial debía ser realizada directamente por los propios hermanos sin admitirse el que los que tuvieran una mejor posición social pudiesen efectuarla a través de criados o contratados. “El Santo Evangelio nos enseña que la Fe sin Obras no sirve”, esta frase resume claramente la orientación asistencial de la Hermandad.

Era una época en que se había producido una sacralización de la pobreza, pero también una sacralización de la caridad.  Sirviendo ambas de medio para la salvación. La iglesia católica potenció el papel redentor que jugaban las obras de caridad a pesar de las duras críticas y oposición que mostraron los movimientos reformistas, especialmente desde el luteranismo.

Llegando 1627, el VIII Duque de Medina Sidonia instituye una ayudantía de parroquia en la Iglesia de la Santísima Trinidad, y adjunta a la misma un colegio para los Niños de la Doctrina, suspendiendo la labor hospitalaria y provocando un cisma de la Hermandad, que se segrega finalmente en tres entidades. Una de ellas, la única que perdura, la de los Desamparados, abandona la Iglesia de la Trinidad y vuelve a constituir Iglesia y Hospital en la Calle San Juan, en 1645, en una mancebía donada por el hermano del VIII Duque para dar cobijo a los pobres.

Durante la segunda parte del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII, y gracias a benefactores como la familia Eón del Porte y al legado de personas como Francisco Romero o Catalina Eon del Porte, se construye la nueva iglesia y casa de alojamiento sin distraerse de la obra social que es su principal objetivo.

Tras la inauguración de la Iglesia en 1762, la labor benéfica de la Hermandad se centra en su hospicio – hospital hasta la llegada de la desamortización de 1835, que supuso el cierre de la iglesia, la incautación de todos sus bienes y su paso a la Beneficencia pública en 1837. La Hermandad de la Santa Caridad consigue reabrir la Iglesia y llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento para que los bienes que se les incautaron y que no se habían enajenado aún, sostuvieran con sus rentas la presencia de cuatro pobres en el hospital municipal.

En 1948 amparan a la Hermandad de Jesús Cautivo y María Santísima de la Estrella, dándole cobijo en su Iglesia de los Desamparados.

Su labor social llega hasta nuestros días, dando continuidad durante más de cinco siglos a una vocación de servicio al prójimo, a un compromiso con los más desfavorecidos de nuestra sociedad, a una obligación íntima de amparar a los desamparados. A pesar de los cambios que ha sufrido nuestra sociedad en tan largo lapso de tiempo, hay valores que perviven y que de forma humilde y discreta siguen poniendo en práctica desde esta Hermandad.